El desarrollo personal se basa en la idea de que los seres humanos evolucionan en base a la interacción primigenia entre el bebé y las personas con las que mantiene una relación privilegiada a partir del nacimiento. La necesidad de supervivencia ha logrado a lo largo de la evolución de las especies una serie de sistemas de conducta que impulsan a la cría al contacto con el cuidador/a (figura de apego). Los adultos están provistos de sus propios sistemas de conducta que les permiten leer con precisión el estado mental del bebé. Cuando ambos sistemas de conducta actúan contingentemente, se establece el vínculo de apego que garantiza el desarrollo del bebé hasta su madurez.
Esta experiencia relacional entre el bebé y sus figuras de apego se grava en la memoria en forma de engramas y registros cognitivo-emocionales que constituyen lo que conocemos como “internal working models”, es decir, los modelos internos que regularán todas las relaciones interpersonales a lo largo de la vida, especialmente aquellas que implican proximidad psicológica. Es por esto por lo que la calidad de la experiencia vincular es tan importante. En la medida en que las figuras de apego, normalmente las madres y los padres, o cualquier otra persona que mantenga una relación privilegiada y estable con el bebé, tengan capacidad de respuesta sensible, es decir, sean capaces de interpretar adecuadamente las necesidades del bebé, sean capaces de cumplir con sus funciones (ser base de seguridad y puerto de refugio), en la medida en que se presenten ante el bebé como incondicionales, accesibles y disponibles, contribuirán a que sus hijos sean seguros, confiados, con capacidad de exploración (tanto del mundo exterior como del interior), con capacidad de regular las emociones y resilientes, en definitiva, personas seguras.
Todo ser humano nace con miedo al abandono, a la pérdida, a la destrucción, a la muerte, por el hecho de nacer en precario, inacabado, inmaduro, sin capacidad de supervivencia, como es propio de las especies evolucionadas. Desde la teoría del apego sabemos que las personas seguras desarrollan capacidades suficientes para conjurar este miedo atávico. Sin embargo, las personas inseguras se ven obligadas a desarrollar estrategias defensivas para tal fin. Por ejemplo, las personas que muestran un perfil evitativo tienden a desactivar el sistema de apego, creando una falsa sensación de suficiencia emocional. Se les podría aplicar esta frase: …más vale no tener, que tener y perder. Los que muestran un perfil más bien ansioso ambivalente se defienden hiperactivandoel sistema de apego. Son personas que demandan permanentemente señales de ser queridos y a pesar de ellas tienden a pensar que finalmente serán abandonados.
La relación que existe entre el deseo erótico, emoción fundamental que se expresa en comportamientos sexuales explícitos, es evidente. El deseo erótico impulsa al individuo al encuentro con el otro, con el fin de satisfacer necesidades eróticas. La proximidad psicológica, es decir la intimidad, activa los modelos internos que filtran la percepción de la realidad e interfiere en los comportamientos sexuales. La seguridad del apego permite no tener miedo a la intimidad, permanecer confortablemente y de modo receptivo a la experiencia erótica y afectivo-emocional de lo que se está experimentando.
La teoría del apego considera que el amor, aquello que nos impulsa a sentirnos atraídos, a buscar la proximidad, la seguridad en el contacto y la presencia con la otra persona, no es otra cosa que la motivación que hace posible la vinculación afectiva en los primeros años de la vida, pero en versión adulta.
Por tanto, el amor y el deseo erótico son dos dimensiones que no deben confundirse. Por un lado el amor es la necesidad de tener una figura de apego incondicional, accesible, que constituya la base de seguridad que contribuya a la estabilidad emocional. Es evidente que en la adultez, la relación debe ser simétrica y reciproca. Por otro, el deseo sexual impulsa a las personas a satisfacer necesidades eróticas generalmente representadas en el imaginario erótico.
El deseo erótico y el amor son dos dimensiones distintas, tienen diferente origen y buscan distintos objetivos. Para comprenderlas hay que separarlas. Sin embargo estas dimensiones interactúan entre sí de modo que, o bien se potencian extraordinariamente, probablemente no hay mayor afrodisíaco que sentirse enamorado/a, o bien se interfieren gravemente, dando lugar a dificultades, alteraciones y trastornos psicosexuales, como las disfunciones sexuales o algunas formas de parafilia. También en esta dinámica podríamos encontrar algunas claves para comprender la violencia y las agresiones sexuales. No cabe duda de que estas alteraciones se producen por las interferencias que los perfiles inseguros de apego provocan en la experiencia afectivo-sexual. Estas afirmaciones están avaladas por un cúmulo de evidencia empírica reflejada en la literatura científica.
Uno de los objetivos más importante de la psicología es ayudar a las personas que sufren por dificultades sexuales y afectivas. Es por ello que se tienda a poner el foco en lo problemático, lo disfuncional, los trastornos. Sin embargo, otra parte esencial es contribuir a que las personas alcancen cotas superiores de bienestar. Éste se consigue satisfaciendo necesidades básicas; en el tema que nos ocupa, necesidades afectivas y sexuales.
La calidad de la experiencia erótica está muy relacionada con la calidad de la historia socioafectiva. La seguridad en el apego activa representaciones mentales que generan seguridad. Activa, por tanto, modelos de relación sensibles, cálidos y empáticos. La inseguridad, al contrario, genera representaciones mentales que evocan inseguridad, ansiedad, desprotección. Activa modelos de relación, insensibles, fríos y distantes.
La manera de contribuir al bienestar de las personas en el ámbito afectivo-sexual es ayudando a tomar decisiones acerca del desarrollo de su potencial erótico, que es una opción libre y voluntaria. A mi modo de ver, esto nos lleva a reconsiderar los modelos de respuesta sexual clásicos, haciendo una lectura mucho más experiencial que funcionalista. Es decir, se trata de poner el foco más en la calidad de lo que se vive en el espacio de la intimidad erótica, que en el rendimiento de la respuesta sexual.
La contribución que se hace desde la teoría del apego consiste en la mentalización. Los modelos internos expresados en estilos de apego filtran la realidad y hacen que ésta sea una percepción subjetiva. La mentalización es el proceso a través del cual las personas pueden pensar acerca de sus propios pensamientos, reconocer que la interpretación que se hace de ella es una entre otras posibles, alcanzando de este modo un mayor grado de libertad interna.
No se trata de “enseñar” a las personas a hacer las cosas de otra manera, sino de estar atentas a los estados mentales propios y de la pareja en los momentos de exigencia relacional como la que se produce en el espacio de la intimidad erótica. De este modo se producen experiencia correctoras que pueden modificar los modelos internos de igual modo que las actualizaciones modifican y mejoran el sistema operativo de nuestros ordenadores. Se trata, por tanto, de ayudar a las personas a hacer inteligibles las dificultades que les generan sufrimiento o malestar y dotarles de los recursos necesarios para ser protagonistas de su propio crecimiento personal.